Desde el primer día de septiembre, los precios de los combustibles volvieron a subir, con un incremento que ronda entre el 3% y el 4%. Este ajuste responde a la actualización del Impuesto a los Combustibles Líquidos (ICL) y a los aumentos autorizados a las petroleras, lo que genera un impacto directo en los bolsillos de los consumidores.
Con este nuevo aumento, llenar un tanque de 40 litros de nafta súper costará alrededor de $47.560, marcando una suba del 3,75% respecto al mes anterior. En lo que va del año, el precio de la nafta y el gasoil ha subido más del 85%, reflejando no solo la inflación interna, sino también la presión de los precios internacionales y la devaluación del peso argentino.
Pero la situación no se limita a un ajuste matemático. Según datos de la Cámara de Expendedores, el consumo de combustibles en Mar del Plata ha caído más del 10%, reflejando una tendencia nacional. “La gente está agotada y responde negativamente a estos incrementos constantes”, señalaron fuentes del sector. A pesar de los intentos de las petroleras por trasladar la devaluación y el aumento de los biocombustibles al precio final, el mercado no ha reaccionado de la manera esperada.
En las estaciones de servicio, el descontento es palpable. Los usuarios buscan formas de reducir el impacto en sus economías familiares, ya sea cargando menos combustible o evitando viajes innecesarios. Y mientras el Gobierno intenta equilibrar las cuentas con estos ajustes, la percepción general es que el sacrificio sigue recayendo siempre en el mismo lado: el de los consumidores.
Así, la realidad se impone una vez más: nuevos aumentos, menos consumo y la misma incertidumbre de siempre.