Hace ya tiempo que la relación con los trabajadores municipales debió tomar una dinámica más constructiva que la que se propone desde el gobierno. No es serio no hablar. Mucho menos en una ciudad estancada, con necesidades e incertidumbres que afectan a miles de vecinos y vecinas.
No hay conflicto. Hay una batalla políticamente programada. Nada explica la obstinada reticencia a encontrar un camino de superación.
En los planteles municipales hay capital para producir, no solo sueldos que pagar. Eso es así si lo que se quiere es arreglar plazas, prender luces, atender la salud o dar clases. Los empleados se convierten en gasto cuando la conducción política no tiene metas, no fija objetivos y no da el ejemplo. En el municipio hay gente con formación técnica y profesional que los marplatenses ayudaron a formar con las tasas que pagan; es inversión social que después vuelve en los servicios que recibe la ciudad si hay gestión y si son bien conducidas las personas que hoy están de brazos caídos, ante un gobierno abúlico y conflictivo. Con muchos de ellos y ellas se pudieron encarar desafíos verdaderamente transformadores en otras etapas en las que se elegía hacer para los vecinos en lugar de demonizar a quienes trabajan para los vecinos desde el Estado Municipal.
En Mar del Plata no hay ñoquis, a sola excepción de los funcionarios políticos que cobran sin trabajar y no honran ni el recibo de sueldo que perciben sin hacer nada.
Los municipales son gente de nuestros barrios. Los hay más eficientes y menos eficientes, como en todos los órdenes laborales de la vida económica y social de la Argentina y el mundo. Agredirlos y descalificarlos, pagarles mal y ningunear su tarea es injusto e inútil.
Ellos no son el obstáculo. Por el contrario, son muchas veces quienes aportan la solución que no se le ocurre a la conducción política de la ciudad. La consigna del “municipal” enemigo, como ya hemos afirmado anteriormente, solo intenta encubrir la falta de compromiso con la realidad y las necesidades de los marplatenses.
Nunca antes en 41 años de democracia, Mar del Plata fue sometida al espectáculo de un gobierno que no dialoga con quienes tiene que conducir. Todo el ruido expresado en los titulares de esta confrontación sin sentido será sin nueces para la gente.
Nunca se escuchó al intendente, ni a ninguno de sus funcionarios, explicarle a los marplatenses dónde está el obstáculo que provocan los municipales; en qué punto se han tornado una valla insalvable para un futuro mejor de los vecinos.
Nunca fueron, hasta acá, las discusiones salariales motivo de encono. Es parte de la naturaleza de una relación que debe estar siempre al servicio de los vecinos. Sin embargo, la política oficial parece imitar la bárbara consigna del “topo que viene a destruir el Estado”.
Urge recrear un clima de concordia y seriedad en el marco de visiones más elevadas y de largo plazo que las que propone el populismo libertario que ahora encarna en contra de los municipales el gobierno del intendente Montenegro.